por Martín Felipe Castagnet y Mariano Zamorano // @mobymartin @zamoranoconz
Los libros de Javier Cercas combinan ficción, investigación e historia española. En Soldados de Salamina -libro que superó el millón de ejemplares vendidos y tuvo su versión cinematográfica- retrató la historia de Rafael Sánchez Mazas, fundador e ideólogo de la Falange, sobreviviente de un fusilamiento durante la huida de las tropas republicanas hacia la frontera francesa. En Anatomía de un instante (2009) se sumergió en el fallido golpe de estado realizado el 23 de febrero de 1981 contra el presidente Adolfo Suárez y que, pasados 27 años, había sido investigado por pocos historiadores. Antes de sus apariciones en la última Feria Internacional del Libro de Buenos Aires, donde presentó Las leyes de la frontera (2012), Cercas habló con Tónica sobre los procesos de su escritura, el debate de Monarquía o República en España y la actualidad de una Europa inmersa en una de las mayores crisis de su historia.
En el prólogo de Anatomía de un instante escribiste que no hay novelista que no haya experimentado alguna vez “la sensación presuntuosa de que la realidad le está reclamando una novela”. ¿Cuál sería entonces la novela de la España actual y cuáles sus principales protagonistas?
Yo no sé cuál sería la novela de la España actual. Yo escribo acerca de lo que no entiendo, no de lo que entiendo. Es verdad que la España actual no la entiendo, pero sólo sabré cuál es la novela de España actual cuando la escriba. No escribo pensando, como podría parecer, “ahora voy a escribir la novela sobre la Guerra Civil, ahora la novela sobre la Transición española, ahora sobre el presente”. Yo funciono por obsesiones, por cosas que me afectan y no entiendo para formular sus preguntas de la manera más compleja posible. Creo que la primera obligación de las personas que piensan es proteger a las preguntas de las respuestas; protegernos a nosotros mismos de ese instinto que nos lleva a contestar inmediatamente las preguntas que nos planteamos. Una novela lo que hace es formular, de la manera más compleja posible, una pregunta que está en el centro de la novela. No contestar la pregunta porque las novelas lo tienen prohibido. Es el género de las preguntas y no de las respuestas, o al menos de respuestas de manera ambigua, contradictoria, esencialmente irónica. Las preguntas procuro que sean claras y suelen estar formuladas en el principio del libro.
¿Qué lugar ocupa la reescritura en relación a estas preguntas?
Hay novelas que he escrito y que no las he publicado. No es que escriba muchas versiones sino que a veces escribo una novela y luego otra encima. El caso más claro fue Anatomía de un instante que escribí primero una mezcla de ficción y realidad y luego tuve que tirar y como en un palimpsesto volver a escribir un libro. Lo mismo ocurrió en casi todos los libros que escribí. Las leyes de la frontera se parecía a Soldados de Salamina, con mezcla de ensayo y narración, entonces en determinado momento tuve que volver a empezar, escribir de otra manera y llegar a la forma que tiene. No es tan extraño si lo piensas porque cuando acabo una novela tengo la sensación de que la siguiente novela que escribo es la misma que la anterior, y eso debería estar terminantemente prohibido. Para mí escribir es reescribir. Hablo en serio cuando digo que después de escribir una novela, sobre todo si esa novela tiene una buena acogida -no digamos si tiene éxito comercial o del tipo que sea- la tentación o casi el instinto del escritor es escribir la misma novela después. Como cada novela formula una pregunta distinta, entonces la manera de formular la pregunta también debe ser distinta. A menudo los escritores hacemos trampa y formulamos dos preguntas distintas de la misma manera. He observado que aquellos novelistas que van de vanguardistas y radicales son los que más lo hacen. El énfasis en la verdad delata al mentiroso, el énfasis en la lealtad delata al traidor y el énfasis en el experimento delata al escritor conservador.
¿Por qué no funcionaba el primer borrador de Anatomía de un instante?
Con Anatomía de un instante escribí un borrador, y de repente me di cuenta que no sonaba a verdad. Si no suena a verdad, no son buenos libros. Tenía dos opciones: una era suicidarme y la otra era irme de vacaciones con familia, y opté por irme de vacaciones con mi familia -lo cual recomiendo para todos los escritores que están en un mal momento-. En esas vacaciones un día leí la primera frase del libro tal y como se ha publicado: según una encuesta la cuarta parte de los ingleses pensaba que Winston Churchill era un personaje de ficción. Coño, carajo, y esto qué es. Comprendí una cosa que todavía creo: el golpe de estado del 23 de febrero de 1981 es una gran ficción colectiva construida a lo largo de 30 años por los propios golpistas -que empezaron a contar mentiras cuando el golpe fracasó y quisieron eludir responsabilidades-, por los periodistas que difundieron sin parar, contrastar y cotejar esas mentiras, y por la fantasía popular que encontró un material maravilloso acerca del cual especular sin control. Exactamente nuestro equivalente al asesinato de Kennedy, el golpe de estado a Adolfo Suárez es el punto exacto donde convergen todos los demonios del pasado español. Los españoles nos creíamos europeos, demócratas, ya habían pasado seis meses de la muerte de Franco y de repente aparece ese tipo que parece salido de un poema de García Lorca, con un tricornio, bigotazo y una pistola. No hay un solo libro escrito por un historiador sobre el golpe del 23 de febrero. Sólo lo hicieron los periodistas y yo respeto al periodismo, incluso creo que he aprendido cosas de él, pero detesto a los malos periodistas y a los que escriben instant books en una o dos semanas. Los historiadores no se ocuparon al no haber documentos de su incumbencia de este hecho y a partir de aquí cada uno puede decir lo que le dé la gana: da igual si el golpe lo organizó la reina de Inglaterra, Perón o Evita porque no se puede demostrar lo contrario. Entonces se crea esa inmensa ficción colectiva a base de ficciones, medias verdades, teorías insensatas, hiper mentiras. Llegué a la conclusión de que mi error había sido querer escribir una ficción sobre otra ficción. Era una operación redundante y literariamente irrelevante. Lo que había que hacer era exactamente lo contrario: desenterrar la realidad de esa gran ficción y contarla. Anatomía de un instante es un libro de no ficción, lo cual no significa que no sea una novela.
¿Qué razones te llevan a distanciarte de la llamada “novela histórica”?
Yo no hago novelas históricas, lo detesto, no la entiendo. Yo hago novelas sobre el presente, pero un presente ampliado. Creo que vivimos en una dictadura del presente y nos creemos sobre todo debido a la omnipresencia de los medios de comunicación que sólo con el presente se puede entender la realidad y eso es falso; el presente por sí solo no explica la realidad. A partir de Soldados de Salamina, cuando tenía 39 años, el pasado irrumpe en los libros que yo he escrito porque descubrí que el pasado es una dimensión del presente. El pasado no es algo que esté aparcado y que no tenga ninguna relación con nosotros. El pasado no pasa nunca; ni siquiera es pasado, como dice Faulkner, siempre está aquí actuando sobre nosotros; al menos el pasado que a mí me interesa, sobre el que todavía queda memoria personal, el pasado más inmediato. Si alguien me dice que escribo novelas históricas, me levanto, me enfado y me voy. ¿Qué coño es una novela histórica? O es historia o es novela; es un oxímoron.
¿Existieron hechos que te viste obligado a dejar de lado o por el contrario a presuponer?
Hay centenares de libros escritos por periodistas y muchas cosas que no conté. Cuando tú llevas 3 ó 4 años metido en una historia al final sabes distinguir bastante bien las verdades de las mentiras. Hay hechos que sólo te lo puede contar una persona y si no llegas a la certeza no lo dices. Desde el principio hasta el final del libro normalmente me cambia todo: el punto de vista, la opinión que tengo de las cosas, la visión que tengo de las personas. Al principio de Anatomía de un instante yo pensaba que el organizador del golpe era uno y al final me di cuenta de que eran unos pocos. No omití nada de lo que estaba realmente seguro. No inventé nada porque esa era la principal regla. Un libro consiste en buscar sus propias reglas y ningún libro puede tener las mismas si el libro es bueno y el escritor es honesto. Si alguien usa las mismas reglas está haciendo trampa y eso se va a ver tarde o temprano. Las reglas de Anatomía de un instante, Soldados de Salamina y Las leyes de la frontera son diferentes. La regla de este libro era no inventar, lo que no significa que no usara la imaginación –entendida como capacidad de ir a un sitio donde tú no has estado, de relacionar cosas aparentemente dispares, no como invención ni fantasía-.
Una de las primeras cosas que escribís en los primeros capítulos fue que en el golpe del 23 de febrero no hubo héroes que defendieran en las calles al gobierno de Adolfo Suárez. Relacionándolo con la actualidad de España, ¿qué rol le asignás a los movimientos sociales y manifestaciones como la de Los indignados?
Los indignados en su momento fueron para mí la gran esperanza –y digo fueron porque con el tiempo se han diluido-. Con todo su desorden por desgracia no han mojado en nada real y ha primado una cierta vanidad, narcisismo, un cierto caos con esta cosa ingenua de ‘nosotros no nos organizamos políticamente porque sino somos como ellos’. Si no te organizas políticamente lo que haces no sirve para nada. Pero fueron la gran esperanza porque acertaron con el diagnóstico. La crisis en España no es una crisis española, es una crisis europea. España es sólo uno de los epicentros en los que también se encuentran países como Grecia y Portugal. No es una crisis económica sino política; esto es lo fundamental y Europa tiene que decidir si quiere ser de verdad una Europa unida. Yo creo que la Europa unida es la única utopía razonable que hemos inventado los europeos. Utopías asesinas y utopías insensatas hemos construido muchas, pero suponiendo que la utopía razonable no sea un oxímoron, la de Europa unida es la única que hemos inventado y que puede permitir tres cosas fundamentales. La primera de todas que los europeos dejen de practicar su deporte nacional que es la guerra. Europa unida también es la única forma de preservar la democracia real, de sentir que la política se imponga a la economía. Una democracia real como única forma de luchar contra el poder cada vez mayor de las grandes corporaciones. España por sí sola, Italia por sí sola, Alemania por sí sola no tienen ningún poder ni capacidad de imponerse a las grandes corporaciones. Europa unida puede hacer que la democracia no se convierta en un gobierno de la economía sino de la gente y de la política. Por último Europa es una cosa que está muy bien. Europa ha quedado en el Estado de Bienestar. Vivimos en una dictadura del presente: creemos que todo sale del presente y se nos ha olvidado todo. Increíblemente se nos ha olvidado que cuando el euro nació a principios de nuestro siglo, hace apenas 13 años escasos, Europa iba a arrasar en el mundo y era el futuro porque tenía la economía, la política, la cultura, iba a hacerlo todo, era la hostia. Estados Unidos no podía, China era el pasado, y de repente se acabó; Europa al carajo. En un mundo en el que existe Estados Unidos, China, Brasil, la India, los países europeos por sí solos no pintan nada. La Europa unida es la única que puede competir con ellos y preservar un modo de vida que ha sido lo mejor que ha dado la humanidad prácticamente: el Estado de Bienestar y una serie de conquistas económicas, sociales, culturales inéditas en la historia. Lo que está en juego ahora mismo es eso: si queremos formar una Europa unida o eso es sólo para los buenos momentos y cuando las cosas van mal dadas los alemanes son alemanes, los finlandeses son finlandeses y los del sur que se jodan. Esa es realmente la crisis: una crisis europea y política. ¿Queremos o no queremos volver a los nacionalismos que han sido los causantes de todas las guerras de los dos últimos siglos en Europa? Eso es lo que nos estamos jugando. Luego es verdad de las particularidades españolas, griegas; en el caso español, los indignados acertaron con el diagnóstico pero no con la forma de atacarlo porque no ha habido una traducción política de ese movimiento que para mí ha sido estupendo y demostró, entre otras cosas, que los chavales no estaban dormidos.
¿Saliste a las calles a protestar?
Yo escribí un artículo en el que dije que si salía a la calle me hubiese plantado con un tenderete, con un puesto de campaña y no me hubiesen podido sacar de ahí. Así que procuré no salir por mi bien y el de mi familia. Democracia real ya, ése es el problema en España. Tenemos una democracia pobre, triste y sin vida. No es un problema económico sino político.
¿Cuál fue el rol del Rey en la denominada Transición y qué rol ocupa la Casa de Borbón en medio de los escándalos más recientes?
Es muy sencillo, esencialmente lo que pienso es lo siguiente: yo no soy un monárquico ni conozco a nadie con dos dedos de frente que lo sea en España. No entiendo cómo se puede ser monárquico en el sentido tradicional de la palabra. Ahora, es ridículo y no tiene sentido escapar de los problemas reales, cosa de la que somos realmente aficionados los españoles y cualquiera que tenga problemas reales. Buscar un problema que sustituya el problema real. Es ridículo pensar o decir que en España el problema es Monarquía o República. En España el problema real es mejor o peor democracia. Me da igual si hay un Rey o un presidente de la república: de los dos últimos de Francia uno está condenado y el otro imputado. Prefiero vivir libre en una monarquía como la sueca –que funciona- que en una república como la Siria –que no funciona-. ¿Va acabar con el paro si cambiamos la República con una Monarquía? ¿Me quieres contar lo que va a cambiar? Lo que más me jode es que cada día estoy más convencido de que ser progresista significa ser conservador. Hay que conservar lo que queda de este puto planeta, hay que conservar el Estado de la democracia que nos lo estamos cargando, el Estado de Bienestar que está en las últimas. En España también hay que conservar el país, y lo que más me jode es ver a un republicano, como yo, que tenga que defender la monarquía. ¡Hay que joderse!
