Entrevista a Lizán, ilustrador de Levrero
Por Ana Vicini // anavicini@hotmail.com
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Edgardo Lizasoain, “Lizán”, nació en 1958 en Trinidad, Uruguay. Se inició como dibujante en la revista Noticias de Montevideo. En 1983 se radicó en Buenos Aires, donde colaboró en distintos medios como la revista Humor, Fierro, Sex Humor, Satiricón, Sátira 12 y Viva, entre muchos otros. Trabajó durante varios años -en Montevideo y luego en Buenos Aires- en colaboración con Mario Levrero / Jorge Varlotta en las míticas historietas Santo Varón y Los Profesionales. Desde hace más de un año vive en Auckland, Nueva Zelanda.
¿Cómo y cuándo conocés a Mario Levrero?
El azar, la petulancia y seguramente fuerzas cósmicas -como le hubiese gustado decir a Varlotta- tuvieron la concordancia en tiempo y espacio para que esto ocurriese. La primera vez que lo conocí yo tendría poco más de veinte años. Fue en el 77, tal vez 78. Por esa época yo cargaba por todo Montevideo con livianas ínfulas de escritor y era habitué del viejo café Sorocabana, que ya no existe más. Allí se daban cita una heterogénea cantidad de tribus urbanas. Entre los poetas que concurrían con cierta regularidad se encontraba Alejandro Michelena, con quien compartíamos mesa y amigos en común. Él fue una de las víctimas de mi insistencia en mostrar mis escritos, que por esa época yo calificaba como cuentos de ciencia ficción, y quién me indicó que una voz autorizada para apreciar mis cuentos y determinar su viabilidad como tales era cierto escritor que él conocía y que a mí me resultó un extraño. Se trataba de un tal Mario Levrero. Un par de días después, estábamos con Alejandro en la puerta de la casa de Levrero. Se asomó a medias un tipo de lentes, semi pelado y con un cigarrillo en los labios. La entrevista fue breve, muy breve. Así como no recuerdo que hayamos sido invitados a tomar asiento o si permanecimos todos de pie, tampoco nunca pude recordar qué se dijo allí. Lo cierto es que me hizo dejar el manojo de papeles que llevaba y me invitó a pasar pocos días después en busca de alguna opinión. No recuerdo si acompañado por Michelena o algún otro amigo, pasé de nuevo por el lugar. También en esta ocasión todo fue muy breve, al igual que su comentario, desilusionante: “Arreglándolos un poco pueden andar bien como guiones de historietas…”. Me sentí frustrado, con la sensación de no haber dado con el tipo indicado. Por supuesto, no bien salí a la calle, mi inexperiencia y juventud me hicieron desestimar al instante su comentario.
¿Cómo fue que llegaron a trabajar juntos después de este primer encuentro?
Pasaron algunos años, y mi vida transcurrió por distintos andariveles. Escribía a otro ritmo y sólo cosas humorísticas. La música y el dibujo, pasiones postergadas, tomaron un lugar más preponderante. Empecé a trabajar en la afamada librería Rubén de la calle Tristan Narvaja, que se dedicaba principalmente al canje, compra y venta de libros y revistas de segunda mano. A mediados de 1982 me entero de la salida de la primera revista uruguaya de humor luego de muchos años de silencio gráfico, El Dedo. Presuroso, acudí a la redacción de la zona de Ciudad Vieja con una muestra de mi material gráfico humorístico. A ellos les resultó atractivo y de inmediato tomaron parte del material para empezar a publicarlo en el siguiente número. Además, me invitaron a asistir a una reunión al día siguiente en donde podría conocer a otros integrantes del proyecto. Me sorprendió encontrar entre los concurrentes a uno que yo veía con mucha frecuencia, pues era habitué de la librería en la que yo trabajaba. Era bajo, algo gordito, de barba abundante. Lo recordaba muy bien por el tipo de ciencia ficción que llevaba. Era el rosarino Elvio Gandolfo. Surgió una camaradería inmediata. Pocos días después, fue por la librería a canjear unos libros y, al pasar, me comenta que hay un tal Jorge Varlotta que había visto mis trabajos en El Dedo y le habían gustado; buscaba a alguien con mi estilo para pasarle algunos guiones o ver qué se podía hacer al respecto: “¿Por qué no te das una vuelta?”. Otra vez, no tenía la menor idea de quién podía ser el tal Varlotta. Esa noche o la siguiente fuimos caminando con Elvio hasta la casa de este nuevo desconocido. Es posible que en algún momento, entre tantos temas literarios, cinematográficos y de comics entre los cuales saltábamos de continuo, Elvio me haya mencionado al Varlotta escritor bajo su identidad de Levrero pero, si así fue, no hubo en mí ningún eco. Salió a recibirnos un tipo de lentes de marcos rectangulares, de sonrisa afable y una calva incipiente. Fumaba mucho y nerviosamente. El tipo se sentó enseguida de un lado del escritorio y nosotros del otro; Gandolfo con la distensión propia de quien cultiva una larga amistad, yo en actitud de alguien que va a solicitar un crédito. Casi enseguida, Varlotta fue al grano. Le extendí una carpeta con mis trabajos, los observó con detenimiento y de inmediato confesó que estaba todo muy bien, elogió mi estilo, la limpieza del dibujo y, más que nada, el cultivo del silencio y un cierto manejo del timing que yo practicaba. Todos detalles que me sorprendieron agradablemente, parecía saber de qué hablaba. Luego, me tendió cuatro o cinco papeles de estraza, posiblemente el más barato, inmediatamente anterior en calidad al papel higiénico. Antes de que los empezara a mirar, se disculpó por la ineficiencia del dibujo y los garabatos. Apenas esbozados, se podía llegar a interpretar que representaban a un personaje con lentes; esto era lo que más se destacaba como elemento gráfico. Estaba ante el primer guión de Santo Varón. Y exactamente así serían todos los demás de la saga y, más adelante, los de Los Profesionales. Me fui con el guión bajo el brazo prometiendo entregarlo a la brevedad. Me sentí muy entusiasmado porque nunca había trabajado en equipo y sobre todo porque el tipo parecía tomárselo en serio y transmitía la convicción suficiente como para que resultara contagiosa.
![SANTO VARON-Guion Jorge]()
Esa fue la segunda vez que conocí a aquel Mario Levrero, ahora oculto bajo la identidad más o menos secreta y cotidiana de Jorge Varlotta. Pasarían muchos meses hasta que una conversación, algún hecho indeterminado permitieran el surgimiento, la afloración a la superficie de aquel primer encuentro años antes. Comprendí entonces la vaga familiaridad que el entorno de la casa de Jorge, y quizás el mismo Jorge suscitaron en mí en algún momento. Le comenté este descubrimiento; él tampoco fue capaz de recordar la vez que le llevé mis escritos. Se quedó un rato pensativo, como hurgando en sus recuerdos. Ya teníamos una relación de confianza suficiente como para que yo le comentara socarrón, con explícito ánimo de incomodarlo y divertirme lo inesperada y desilusionante que su opinión sobre mis cuentos había sido para mí en su momento. Se rió y soltó “¡Seguramente eran una mierda, Lizán!” Nos reímos. Tenía mucha razón.
¿En qué período y dónde fueron publicadas estas historietas?
A partir del 82 comenzamos a trabajar en Santo Varón, tanteando con prudencia para ver qué podía pasar con un material tan extenso. Especialmente se notaba la falta de un medio adecuado que recibiera ese tipo de trabajo gráfico: dibujo extremadamente sencillo, diálogos escasos, mucho blanco, demasiados silencios y momentos en los que en apariencia no pasaba nada. Sin embargo, era el tipo de historieta que nos agradaba y estábamos dispuestos a leer. Como no la había, la hacíamos. Fue una colaboración que se extendió durante varios años tanto en Colonia y Montevideo como en Buenos Aires. Comenzamos a trabajar en conjunto apuntando hacia la revista Humor, por la sencilla razón de que la revista tenía una regularidad semanal que la volvía interesante. Más páginas publicadas, más ingresos en nuestros siempre exhaustos bolsillos. Viendo la muy buena crítica y acogida que nuestro trabajo tenía en ambas capitales, comenzamos a trabajar en otro proyecto, Los Profesionales. Era una historieta inicialmente de dos páginas que luego se extendió a cuatro. Comenzó a salir directamente en Argentina, primero en Super Humor y luego en Fierro.
¿También fueron editadas como libros?
Sí, no mucho después surgió un contacto con Daniel Divinski, de Ediciones de la Flor y en marzo del 86 apareció la primera y única tirada de Santo Varón, titulado por la editorial, en un alarde de confianza, “Santo Varón / 1″. Y en el año 88 la editorial Punto Sur nos ofreció agrupar en un libro todos los episodios de Los Profesionales que habían sido publicados en Fierro. Lo cierto es que barajamos la posibilidad, ya que el material gustaba tanto, de seguir con los personajes en una tira diaria en algún periódico. Jorge no se animaba demasiado, pues veía que se podía transformar -realmente y perdiendo toda la diversión que nos producía, al igual que con Santo Varón- en un trabajo, posibilidad que ambos consideramos con recelo.
![SANTO VARON-2da epoca]()
¿Cómo era el proceso o mecanismo de trabajo que tenían? ¿Cómo definieron o surgieron los argumentos de cada una?
Jorge me entregaba un boceto que yo leía en su presencia, más que nada por ansiedad y diversión y menos por si había alguna palabra que no se entendiera. Mayormente yo trabajaba en mi casa, al día siguiente o a los pocos días le llevaba el resultado terminado y listo para publicar. Muy pocas veces había correcciones significativas o arrepentimientos suyos o míos. Cuando los había, tras discutirlos un poco, con lápiz de grafo, hacía las correcciones necesarias directamente sobre el original que le llevaba. La mayoría estaban referidas a textos, buscando concisión. Otras veces, como para impresionarlo, me aparecía con algún guión completo escrito y dibujado por mí de algo que había pergeñado el día anterior, entintado y listo para publicar ya sea de Santo Varón o Los Profesionales. Apreciaba estas sorpresas. Corregía algunos detalles de sintaxis o timing, mejoraba un final y pasaba a integrar el corpus. Así desarrollé el episodio de Los Profesionales en donde el trío de cacos, en lugar de una caja fuerte, termina por forzar una heladera y comiendo lo que encuentran dentro. Ocasionalmente, contribuía agregando complicaciones a las desventuras que planeaba Jorge y que padecían los personajes. El título Los Profesionales fue mi aporte a esta diversión, ya que a Jorge no se le ocurría ninguno adecuado. Santo Varón, en cambio, ya lo tenía desde el inicio. Jorge era económico en cuanto a la manifestación gráfica de la peripecia de los personajes. Yo en cambio exageraba al extremo lo que el bocetaba. El fuerte suyo eran los diálogos. Lo mío, el aspecto gráfico. Pero la mayoría de las veces las cosas se mezclaban en favor de los lectores.
¿Qué recuerdos tenés de esa época?
El departamento de la calle Soriano en donde Jorge vivía era un lugar de tránsito obligado, especialmente a la tardecita y a la noche. Infaltable Elvio Gandolfo, que siempre acercaba a alguien nuevo o digno de ser tomado en consideración dentro de lo que podríamos llamar, para comodidad de ciertos sectores intelectuales “el círculo Levrero” o, más familiarmente para nosotros “la gente que va a lo de Jorge”, igualmente Marcial Souto. También, de forma efímera, desfilaban algunos personajes un tanto fuera de sus cabales, o al menos dando muestras de cierta inestabilidad de los cuales Jorge se deshacía con rapidez derivándolos a quien correspondiera de acuerdo al rubro artístico en que manifestara sus obsesiones. Era una forma amable de encauzar ciertas energías artísticas que corrían el peligro de disolverse en la pegajosa chatura con que Montevideo solía cobijar a sus criaturas provistas de espíritu, digamos. Con cierta frecuencia lo visitaba Nicolás, su hijo, que en esa época rondaría los 7 u 8 años y a quien llamábamos “el pequeño Nicolás” en alusión a la divertida obra de Sempé. También lo visitaba su hija, Carla, aunque pocas veces, ya que vivía en el interior del país.
¿Trabajaron en alguna otra oportunidad juntos?
Ya residente en Buenos Aires, estando él integrado de pleno en la redacción de las revistas de entretenimientos de la editorial de Poniachick, solía ilustrarle algún que otro juego que él realizaba bajo el seudónimo de Alvar Tot. Luego de marcharse de Buenos Aires y con su vida reiniciada en Colonia, mantuvimos nuestra colaboración durante el periodo en que se dedicó a hacer crucigramas para la agencia Editor Press, que los distribuía en toda Latinoamérica. Luego, con el correr de los años y estando Jorge de nuevo en Montevideo, en esporádicos encuentros, hubieron distintos amagues de recomenzar Los Profesionales, Santo Varón o alguna otra cosa. Pero todo quedaba supeditado a la aparición de algún medio interesado. Sin embargo, ambos dudábamos en lo profundo de que valiera la pena continuarlos, un ciclo parecía haber sido cumplido.
En una entrevista, Varlotta declaró que: “trabajar en colaboración con Lizán es un verdadero lujo, capta exactamente las intenciones del guión, les da a los personajes la imagen exacta y hace aportes de todo tipo, tanto argumentales como de guión”. También remarcó que fue una gran experiencia y que se divertían mucho. De tu lado, ¿qué significó para vos? ¿Cómo la viviste y cómo la recordás?
Era esencialmente un hombre muy, muy generoso, no solo a la hora de elogiar la obra ajena. A quien supiera ver y escuchar, sin estridencias, regalaba pistas sutiles de cómo interpretar el mundo deslizadas en comentarios irónicos y una mordacidad amable sobre las personas. Gustaba de articular e integrar saberes o talentos ajenos con los propios para obtener resultados artísticos casi siempre acertados. Le interesaba mucho la obtención del hecho artístico. Las posibles vulgaridades que uno pudiera plasmar, tras su sabia y acertada intervención quedaban mágicamente convertidas en una cosa superior.
En algún momento trabajaron sobre un proyecto audiovisual de Santo Varón. Levrero decía que fue un proyecto que disfrutó mucho. ¿Podrías contarme sobre esto?
Se trataba de un espectáculo audiovisual, idea de Antonio Dabezies, director de El Dedo, para el stand de la revista en la Feria del Libro de Montevideo. Se trataba de pasar diapositivas con mis dibujos adaptados para este formato, con un relato compaginado por Jorge que uniera los distintos episodios de Santo Varón y con música original de Leo Masliah. Aunque modesto para los parámetros actuales, para ese momento, era un proyecto entusiasmante. De inmediato Leo se abocó de lleno. No recuerdo qué día se estrenó, ni el año, pero sí asistí al primer día de proyección. Como fuere, se inició entre Jorge y Leo una muy fructífera amistad. Posteriormente, Leo incluyó el tema central del audiovisual, llamado precisamente Santo Varón, en uno de sus discos: “Canciones y negocios de otra índole”.
A fines de los años 70, Varlotta publicó El llanero solitario, historieta en la cual él mismo hacia los dibujos. ¿Tuviste acceso a ese trabajo?
El llanero solitario se trataba de un moroso y simpático elefante. Creo que aparecieron publicados en los dos primeros números de Tinta, una revista rosarina destinada principalmente a dibujantes. Su director o principal responsable era el hermano de Elvio Gandolfo, Sergio Kern. Tuve la suerte de leer todas las tiras originales e inéditas que Jorge había hecho y abandonado años antes. Un material que prefiguraba el tipo de humor que luego se volcaría ampliamente en Santo Varón y Los Profesionales. Él las desestimaba, y si bien no las ocultaba, no era algo que estuviese especialmente empeñado en hacer conocer. El elefante protagonista era un personaje muy divertido. Lo animé a que las publicara o reemprendiera su continuidad, pero él dudaba. Si no publicó más de sus trabajos fue seguramente porque no había un medio adecuado. Cuando lo había, resultaba de escasa subsistencia. Por otro lado, creo que ya estaba definitivamente volcado hacia la literatura y lo del Llanero era apenas un experimento gráfico. De todos modos, eran tiras muy válidas y aún hoy podrían funcionar.
¿Creés que hay algún punto de contacto entre la obra literaria de Levrero y estos trabajos de Varlotta?
En todos campeaba el ánimo de la honestidad y sinceridad en sus más diversas aplicaciones. El espíritu de entrega que animaba cualquier creación de su parte, desde la más pequeña y menos visible hasta las mayores y más festejadas, era el mismo. Lo que variaba eran los canales y la forma de permitir la expresión de ese espíritu artístico que lo habitaba, tan productivo e inmenso que necesitaba de varios seudónimos para conformarlo.
![PROFESIONALES]()
¿Qué recuerdos tenés de Jorge Varlotta?
Tengo montones de recuerdos y anécdotas desperdigadas, de distintas épocas y ciudades. Por ejemplo, ya los dos en Buenos Aires y ambos con suficientes ingresos, comenzamos a formar nuestras respectivas bibliotecas y frecuentábamos a distintas horas librerías de usado. Competíamos tácitamente en un terreno resbaladizo: quién era capaz de encontrar el ejemplar más extraño, o la edición más rara, o la mejor ganga. O cuando nos desternillarnos de risa fingiendo que encarnábamos a Los Profesionales bajo el lema “no podemos fallar” ante cualquier nuevo emprendimiento que íbamos a encarar, desde cosas sencillas de la vida diaria hasta concurrir a una entrevista con objeto de mostrar nuestros trabajos. Entre ambos nos retroalimentábamos inventando rápidas complicaciones y sinsabores que indefectiblemente deberían dar por tierra con nuestros sencillos planes. Indistintamente y de acuerdo a la ocasión, colocábamos a los ausentes e inadvertidos Elvio Gandolfo o Leo Masliah en el rol del jefe de la banda. Al primero básicamente por su estatura, y al segundo principalmente por su bigote y un cierto hieratismo que lo volvían muy apropiado para este rol. Jorge se reservaba el papel de Jeff y, por supuesto, quien hacía de Mutt era yo. Con el tiempo, Gandolfo quedó desplazado por la eficacia de Leo en la involuntaria representación que le adjudicábamos en secreto. Creo que nunca lo supieron, pues tratábamos de ser discretos.