Laura Leibiker es periodista, locutora y directora editorial de la sección Literatura Infantil y Juvenil del Grupo Kapelusz-Norma. Fue directora de la revista Madres & Padres, jefa de redacción de La Nación de los Chicos y conductora del canal infantil Cablín.
¿Sos feminista?
Por supuesto. Sin dudarlo ni un minuto. Y estoy criando hijas feministas. Si tuviera hijos varones, también serían feministas. En mi zona de influencia, siempre invito a la reflexión sobre cuestiones de género porque creo que tengo la obligación de estimular a quienes no hayan tenido oportunidad de pensar estas temáticas.
¿Qué significa ser feminista para vos?
Ser feminista es ser consciente de los derechos que, como seres humanos, corresponden a las mujeres y trabajar para hacerlos conocer y que se cumplan. Es por eso que, para mí, ser feminista no es una opción de todas las personas, y no solo de las mujeres. Tiendo a rodearme de mujeres y hombres feministas.
¿Tenemos que tender a la igualdad o a la diversidad?
Yo creo que hay que partir de la igualdad para ir hacia la diversidad. La igualdad de derechos es el piso; desde allí, cada persona debería poder elegir qué decisiones toma (si trabaja o se deja mantener; si dedica tiempo a embellecerse y/o a cultivarse; si pelea por un puesto gerencial en el que le paguen lo que le corresponde por desempeño o trabaja ad honorem, etc).
¿Qué es lo más dificultoso de ser mina?
Esa percepción me fue cambiando con el tiempo. En la infancia, la cuestión de la fuerza (la idea de que éramos más débiles) me pesaba, como la sensación de que no podía ensuciarme, revolcarme, o chiflar. En la adolescencia, la idea de que “ir al frente” era una cuestión masculina. En la juventud, la cuestión de la belleza como herramienta de seducción. Hoy, en la “madurez” (la puta madre), se me hace patente el hecho de que el envejecimiento de hombres y mujeres va por caminos diferentes. En todos los casos, desafié esas dificultades a mi modo: me embarré, fui al frente cuando me gustaba un tipo, busqué desarrollar otras estrategias de seducción y, ahora, me enfrento a no dejarme avasallar por los modelos de éxito imperantes. En términos de formación y de trabajo, no he tenido dificultades que no haya podido enfrentar. Creo que uno de los secretos para evitar las dificultades es no validar el desprecio o el ataque del otro: no aceptar la desvalorización que quieran imponernos.
¿Cuál es a tu juicio la forma de violencia hacia el género que habría que atender con más premura?
La violencia doméstica es, creo, un flagelo gravísimo porque se transmite de generación en generación y se naturaliza un modo de vínculo familiar que deja huellas muy hondas. Quizá sea utópico, pero creo que hay que trabajar fuertemente en contrarrestar la erotización precoz de las niñas propuesta desde los medios de comunicación, que desemboca en muchos casos en la cosificación y en falta de autoestima. Otra cuestión que me preocupa es el modelo de mujer que transmite especialmente la tele pero también el cine y la literatura; en mi campo, la literatura infantil, siguen apareciendo nenas hadas y varones futboleros, modelos familiares únicos y características supuestamente asociadas al género (varones valientes, audaces, veloces; mujeres chismosas, románticas, miedosas, bonitas).
¿En qué situaciones te sentís cosificada (vos, no otras mujeres)?
Cuando los hombres hablan, delante de mí, como si yo no estuviera. En situaciones en las cuales se ignora mi opinión o mis saberes presuponiendo que, por ser mujer, no puedo conocer el tema. Una pavada: hace poco vendí un auto y compré otro; sentí que todos miraban por arriba de mi hombro para ver cuándo aparecía el hombre que se iba a ocupar. La verdad es que no sé nada de mecánica, como le pasa a mucha otra gente. ¿Y qué? Yo necesito un auto que ande y saber manejar: no tengo que conocer al dedillo cada cosa que voy a usar.
