Por Anahí Pérez Pavez
Karina Beorlegui se define como cantante, actriz y “autogestora de lo que quiere que ocurra”. Tiene tres álbumes editados, trabajó en distintos ciclos de TV junto a Alejandro Dolina y actualmente se presenta en el Club Atlético Fernández Fierro. También incursiona en política desde la agrupación Tango descamisado que desarrolló actividades en la Villa 31 y en el Centro Cultural de la Cooperación. Ese carácter activo y su trayectoria como referente femenina del tango y el fado hacen que Tónica se interese en conversar con ella cuestiones de género.
¿Sos feminista?
No, en eso sé que puedo traer debate. No soy feminista. Si hubiera nacido en otra década lo sería a capa y espada, pero hoy creo que ser feminista es lo mismo que ser machista. En un punto lo entiendo como un movimiento necesario que logró poner a la mujer en un lugar de mayor igualdad social a través de su lucha, respeto a las feministas que lograron tanto, pero siento que hoy suena un poco anacrónico preguntar esto. Creo, en este sentido, que es un arma de doble filo, porque a veces el feminismo extremo hizo crear un estereotipo de la mujer feminista como asexuada o resentida, sin la esencia sagrada de la femineidad o la condición ancestral de ser mujer, que es la de contener y dar vida. Creo que hoy estoy más cerca de recuperar esto: la igualdad de derechos y obligaciones como ciudadanos o habitantes de este planeta, cualquiera sea el género que portemos.
¿Qué significa ser feminista para vos?
Si algo tengo de feminista es la reacción. Cuando en público no se deja el asiento a una dama embarazada o anciana, ahí salto como la más feminista del mundo. Cuando un amigo hace un comentario machista, me pongo de la nuca. Pero no creo que sea por feminista sino por estar en contra de los abusos de poder. Hay muchas mujeres que también abusan de su poder ocupando cargos y hasta pegan a sus maridos, o los someten.
¿Tenemos que tender a la igualdad o a la diversidad?
A la diversidad y a la igualdad, depende de que estemos hablando. A la hora de votar, o ser ciudadanos, somos iguales. Pero somos diversos todos y cada uno, distintos del otro y a la vez iguales. Hay que apuntar a la dualidad del ser en este sentido. Aunque diversidad es mi respuesta, si tengo que elegir.
¿Qué pensás de las categorías de varón y mujer?
Nada. Hay varones y hay mujeres, con pito y vagina. Sirve para identificarnos, para ir al baño y para poder procrear naturalmente como mamíferos. Para amarnos y admirarnos en la diferencia, los que somos heterosexuales.
¿Qué es lo más dificultoso de ser mina?
Depilarse (risas), que nos venga una vez por mes y bancarnos los cambios de humor que esto trae. Además de la incomodidad o el malestar al que estamos acostumbradas, las pautas de la belleza standard, que creo que son más crueles en la mujer que en el hombre. Ser flacas, por ejemplo.
¿Cuál es a tu juicio la forma de violencia hacia el género que habría que atender con más premura?
Que sea habitual tomar a la mujer como objeto. Se ve a diario en la televisión masiva un culo en primer plano. Me parece que la batalla más difícil y urgente es la cultural. Que todos terminemos con los abusos sutiles y cotidianos. Yo soy de las que esperan que se vaya el tipo que pega papelitos ofreciendo sexo por Corrientes y voy atrás y los despego, aunque no soy condenatoria de la profesión más antigua del mundo. Sí creo que no cualquier mujer se encuentra en condiciones de elegir si quiere vender su cuerpo y ahí vienen los abusos que todos ya sabemos, el negocio y las aberraciones. Es muy difícil desterrar este pensamiento de la mujer como objeto sometido porque hay sutilezas cotidianas difíciles de cambiar. Pero todo cambia y tengo fe en que esto también.
¿En qué situaciones te sentís cosificada (vos, no otras mujeres)?
Cuando me hice unas fotos para promocionar que cantaba en el Club Atlético Fernandez Fierro, en el año 2004. Lo hice por una apuesta, en joda. Unas fotos como de almanaque de gomería, con la remera de la orquesta y en tanga roja, para atraer al público. Desde ese entonces, por momentos, eso me hizo sentir en un lugar de objeto. Pero no me molestó el hecho puntual en sí, sino lo que acarrea. Se supone que una mina que se saca esas fotos es trola, superficial, fácil o tonta. Esa es la peor cosificación o prejuicio que deben tener las mujeres que venden sexo, o su cuerpo, como producto. Que no se las pueda poner también en el lugar de madre, poeta o abogada inteligente, por ejemplo. Por suerte, es la única vez en la vida que lo sentí en carne propia, porque en el tango esto está cambiando.
