Héctor Levy-Daniel es dramaturgo, director teatral y licenciado en Filosofía. Es autor de más de veinte obras de teatro entre las que se destacan Memorias de Praga (premiada en el marco de la XXIII Feria Internacional del Libro de Buenos Aires), Los Insensatos, El archivista, Las mujeres de los nazis y Yocasta -versión de Edipo Rey de Sófocles-. Además se desempeña como docente en el Instituto Universitario de Arte Dramático (IUNA) y en la Universidad del Salvador. Recientemente, estrenó Los Hechizados, un espectáculo de su autoría y dirección en el que recupera la historia de amor incestuosa de Lástima que sea una puta del poeta inglés John Ford.
por Natalia Gauna // @NatiCGauna
El teatro a mi me permite conocer el mundo. Yo soy licenciado en Filosofía y me formé en la filosofía hegeliana que es la que más se hace cargo de los conflictos. Entonces, yo veo la vida como un conflicto. Siempre hay fuerzas que están en conflicto, enfrentadas, sea en la situación más cotidiana o en la historia más abarcadora. Me parece que la mejor manera de pensar esto o la disciplina que más se ajusta es el teatro que es precisamente conflicto, siempre. El teatro tiene una manera de ver el mundo que es dinámica y a mi eso me interesa. Yo puedo escribir narrativa pero cuando escribo y estoy en el teatro siento como si respirara en mi medio. En el teatro tenés que resolver en un sólo espacio el mundo entero. Es la metáfora del gran teatro del mundo, es una visión de éste hasta en ese sentido. Por eso, el buen dramaturgo es aquel que con muy pocos elementos puede hacer surgir el mundo.
¿Cómo comienza el proceso creativo de una obra de teatro? ¿Cuál es la idea que la origina?
Para mi hay un método de trabajo. No es que parto de un tema ni de un personaje, sino que los hago desde una imagen que a mi me convoca y contiene algún tipo de contradicción. Esto comienza a producir una especie de dinámica interna que voy siguiendo. Entonces me dejo llevar. Por ejemplo, en la primera obra que escribí yo tenía dos imágenes: un laboratorio y un prostíbulo. Entonces la pregunta era ¿qué tiene que ver una con la otra? Justamente estas dos imágenes -que en sí mismas no tenían nada que ver- me fueron conduciendo progresivamente a la aparición de un personaje que era el Dr. Rommer, dueño del laboratorio y después transformado en dueño del prostíbulo. A partir de ahí se generó la historia. O, por ejemplo, en Memorias de Praga, mi segunda obra, yo soñé un día que estaba en el año 1938 en Praga y me venían a buscar los alemanes. Esto lo soñé en el año 1992 y yo no hice nada con eso, lo anoté y lo guardé. Años después lo desarrollé.
¿Cómo aparece esa imagen?
Generalmente surge frente a la máquina, cuando me pongo a escribir y algo aparece. Escribo mucho y de pronto algo se empieza a desarrollar, es como tirar una semilla. Algunas imágenes quedan ahí y otras germinan. Las que se desarrollan, las que crecen, se transforman en obras. A mi me gusta este método porque yo no tengo que pensar cómo son los personajes, es la propia imaginación la que me va diciendo como son. Es como cuando les digo a mis alumnos que se relajen, que no traten de imponer nada. A veces la ansiedad a uno lo mata. Uno quiere terminar y no se trata de terminar la obra, sino de disfrutarla.
¿Qué es lo que tratás de transmitir como docente?
La mesura. No apurar. Tampoco impedir, ni empujar. Hay que tener paciencia para esperar el resultado. Porque son varias instancias de escritura. Una es el conflicto, otra es cómo darle forma a eso, cómo estructurarlo dramáticamente para que la obra esté bien construida y estructurada. Esto me parece fundamental. Después, no hay que traicionar nunca a la acción, teniendo en cuenta que cada cosa que se hace en escena es acción dramática y si no es acción dramática entonces no sirve. El gran desafío es que sea una acción en la que no se note la mano del autor, que parezca casual y sin embargo, esté perfectamente pensado y, al mismo tiempo, disimulado. Entonces se produce una dialéctica a entre lo que aparece y lo que se esconde. Lo que se esconde en la intención del autor y lo que aparece es aquello que parece casual.
¿Por qué crees que el teatro es forjador de mito? ¿No es que el teatro los recupera y los pone en escena?
Lo que pasa es que la idea tiene que ver con un combate al teatro living ¿por qué se escriben tantas obras y todas suceden en ese lugar? A mi eso me llama mucho la atención ¿Será lo más fácil, lo que está en el imaginario? Esto tiene que ver con lo que me preguntabas antes. Si uno tiene una imagen con una dinámica interna y esas se desarrollan es muy difícil que termine en un living porque uno se va remontando. Un living sería como asentarse, lo primero que a uno le aparece, es aquello que uno conoce más, el living de la casa. De lo que se trata no es solamente de recuperar lo mitológico sino crear mitos, forjar mitos y transformar en mito aquello incluso que nos parece más cotidiano. En términos brechtianos, sería como un distanciamiento, un extrañamiento de eso que aparece. Por eso hablo de una intervención en el espacio y tiempo, de causalidad y de sustancia. Muchas obras mías son trabajos sobre el tiempo.
En Los Hechizados ¿cómo funciona lo mitológico?
La idea es darle a este amor incestuoso, que está planteado en Lástima que sea una puta de John Ford. En realidad, no es para mi una adaptación de la obra sino una adaptación del tema. Entendiendo por tema, aquello que recorre la obra, eso universal. Al punto tal, que si yo lo ubico en la pampa funciona de igual manera y al ubicarlo en una realidad totalmente diferente -en un espacio y tiempo distinto- es que empieza a funcionar como mito.
¿Cuáles son las principales dificultades que presenta trabajar hoy en el teatro independiente?
Son unas cuantas, en verdad, y yo trato de no quejarme y trabajar con mucha alegría. Pero si tengo que enumerar diría que: primero, hay poco lugar para la escenografía. Entonces ¿qué hacemos? Buscamos una escenografía que sea lo más austera posible, como pasa en Los hechizados. El desafío que nos propone el teatro independiente es tratar de contar con aquello que nos limita, que puede resultar aliado nuestro. El financiamiento siempre es el tema, tratar de conseguir subsidios, etc. pero una de las condiciones fundamentales es encontrarse con gente que quiera disfrutar tanto como vos y tenga esta idea de transformar aquello que es una limitación en una ventaja, aun cuando no se plantee en esos términos
¿Cómo vivencias la escena teatral porteña? ¿Qué vas a ver?
No veo teatro todo lo que quisiera pero voy. Veo el teatro que yo haría. Por eso también, hago lo que yo iría a ver. A veces voy al teatro y salgo como que… hay algo ahí que no funciona, no se produce esta tensión que deviene del conflicto. Esa tensión dramática que provoca atención en la escena.
¿Y qué es lo hace que no funcione?
Creo que fundamentalmente lo que pasa es que hay una gran cantidad de gente que escribe. Es un momento en que todo el mundo cree que escribe pero ¿por qué? ¿por qué todos quieren convertirse en escritores? ¿por qué creen que escribir es tan sencillo? Eso me llama mucho la atención. Por ejemplo, no hace mucho fui jurado de un concurso de obras de teatro, leí 65 obras, cosas increíbles, de aburridas. Y las leí todas, no es que leí un par de páginas, todas hasta el final. Y después, vi que esas obras se habían entrenado con absoluta impunidad. Quizás, hay perlas que están y que no se notan porque es tanta la cantidad que es muy difícil para el público qué es lo que tiene que ir a ver.
El panorama teatral en Buenos Aires es inabarcable…
Sí, pero yo no creo que sea una buena noticia. Es inabarcable pero no puede ser que si hay 400 obras por año, todas sean buenas. Entonces ahí, hay un problema que no sé cómo se resuelve.
¿Por qué crees que esas obras llegan entonces a contar con un espacio teatral en el que se estrenan?
Creo que todo el mundo quiere ser artista y nadie quiere trabajar. A ver… yo tenía un amigo que quería ser escritor, no quería escribir, quería ser escritor. A mi eso siempre me llamó la atención Porque lo que él quería era el título cuando de lo que se trata es de escribir, el titulo te lo tiene que dar la propia actividad. Creo que pasa un poco eso, estoy seguro que hay mucha gente que escribe muy bien pero si hay semejante proliferación de textos algo tiene que estar pasando.
Y en qué lugar crees que queda la formación académica o los cientos de talleres de iniciación a la dramaturgia…
Ese es un tema. Cualquiera que escribió una obra está dando un curso de dramaturgia. Como digo siempre, todos quieren enseñar pero nadie piensa en aprender. Yo escribí 25 obras. Pero ¿por qué el que escribió una o dos obras ya está dando un taller de dramaturgia? ¿Alcanza? ¿Cuánto ha reflexionado sobre el tema? Me parece que ahí hay una cuestión para pensar. No quiero parecer escandaloso, sólo estoy haciendo un diagnóstico. Yo estudié cinco años dramaturgia y cuando terminé me di cuenta que no sabía nada. A partir de ahí, empecé a estudiar dirección con Laura Yusem. Estuve siete años estudiando con ella mientras también aprendía actuación. Entonces si te pones a pensar estuvo doce años preocupado por aprender. Cuando Laura me dijo si quería dar un curso, ya habían pasado muchos años y había estudiado como una bestia. Ahora no sucede eso. La primera obra que escribí no la puedo ni leer, me parece una mierda pero hoy se hubiese estrenado.
¿Cuándo sentís que una obra está terminada?
Cuando no la corrijo más. La termino y la dejo, por lo menos un mes. La vuelvo a leer, corrijo y la doy a leer para ver cómo funciona. Después obviamente en el proceso de ensayos vuelvo a modificar algunas cosas.
¿Y ahí casi que hay una última corrección?
Si, más una corrección de estilo. El texto no deja de ser una especie de hipótesis y, como pasa en toda hipótesis científica, está para que se modifique, se corrobore o no. Con la obra de teatro pasa lo mismo.
¿Hay algo sobre lo que nunca escribirías?
No creo… No creo que haya algo sobre lo que no escribiría, siempre tamizado por mi propio universo. Si alguien me hubiera dicho hace un tiempo que escribiría sobre el incesto entre hermanos [Los Hechizados] quizás hubiera dicho que no o de qué manera. pero creo que podría escribir de cualquier tema en tanto me interpele, lo haga mío, se transforme en una manifestación de mis propias obsesiones.
